Opinión
Charito Rojas: El gran escape

En una rocambolesca fuga, Antonio Ledezma salió de Venezuela hacia Madrid, vía Colombia. 15 horas de carretera desde Caracas hasta la frontera, 29 alcabalas que no le reconocieron o que tal vez se hicieron de la vista gorda, susto en el Puente Internacional Simón Bolívar cuando el peatón Ledezma fue reconocido por una señora que le abrazó emocionada ante los guardias.
Cara de susto, pálido, delgado, dio su primera entrevista en el aeropuerto de Bogotá a la colega venezolana, jefe de contenidos del canal colombiano NTN24, Idania Chirinos, quien no dejó de tomarle la mano para reconfortarlo ante la emoción de la libertad que hasta le hizo sollozar. “Recibí informaciones, de buena fuente, que hay otras intenciones conmigo. Yo no quiero ser rehén de una tiranía que me use para doblegar a una oposición», dijo. Aunque se cuidó bien de eximir a su familia de cualquier participación o conocimiento de su fuga, aunque miembros de su partido Alianza Bravo se mostraron sorprendidos cuando los periodistas los llamaron pidiéndole confirmación cuando aún el escape era un rumor de redes, Ledezma se movió en Colombia como si le estuvieran esperando. Camioneta blindada, con cuatro hombres que le decían “maestro” con gran respeto, le trasladaron de la frontera al aeropuerto de Cúcuta, desde donde voló al aeropuerto El Dorado de Bogotá y en cuestión de pocas horas abordó vuelo directo a Madrid, donde le esperaban su esposa Mitzy, sus hijas y el ex presidente colombiano Andrés Pastrana.
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Casi inmediatamente después de su llegada el presidente Mariano Rajoy le invitó y recibió en el Palacio de la Moncloa, lo cual dio la impresión de una visita oficial en la cual se dejó claro que “España apoya todas las iniciativas para una salida democrática en Venezuela”. Por supuesto que el gobierno venezolano consideró tal encuentro “un acto inamistoso del gobierno español”. Pero Ledezma, que desde un principio dijo que iniciaría un recorrido para llevar la crisis venezolana a primer plano mundial, también fue invitado por el senado español, que le recibió con una ovación de pié.
La fuga del preso político con más alto cargo por elección de Venezuela, en las narices del Sebin, de la Guardia Nacional, escabulléndose de su casa por cárcel en Caracas para llegar vía terrestre a la lejana frontera colombiana y cruzar el borde sin percances, ha suscitado no pocas teorías de conspiración: que si era imposible hacerlo sin ayuda interna, que si el Sebin aflojó la vigilancia, los más osados asomaron que el gobierno lo había dejado escapar. “Hoy se nos escapó Antonio Ledezma, el ‘vampiro’ volando libre por el mundo, se fue protegido a España a vivir la gran vida, a ir a tomar vino a la Gran Vía. Que no nos lo devuelvan”, dijo burlón el presidente Maduro, como insinuando que no les importaba o que le habían dejado ir.
Pero la redada posterior, deteniendo a funcionarios de inteligencia, a gerentes y funcionarios de la Alcaldía Mayor, al dueño de la compañía que instaló las cámaras de seguridad en el edificio donde vive la familia Ledezma, a los vigilantes, hasta a la conserje y al presidente del condominio, habla de la decisión del régimen de encontrar a los responsables del escape del alcalde.
La reacción ante el espectacular suceso en el exterior ha sido unánimemente solidaria, los exiliados y asilados ganan un vocero, los gobiernos defensores de la democracia venezolana un interlocutor, la oposición internacional un canciller. En la emoción de los primeros momentos algunos hasta propusieron pedirle al TSJ en el exilio, que nombrase a Antonio Ledezma “presidente encargado” de Venezuela, cosa que afortunadamente para el respeto constitucional, no se concretó.
Sin embargo, la lucha internacional de la oposición se ve indudablemente fortalecida por un Ledezma que, aunque con críticas hechas en voz alta a los errores de la dirigencia opositora, tiene en su haber poderosos puntos como su férrea e indoblegable lucha contra la revolución chavista, su victoria electoral irrespetada, su injusto encarcelamiento por nunca probadas acusaciones de conspiración, la violación de sus derechos y el consuetudinario atropello que ha sufrido y finalmente, su exitoso escape de las mismas garras de sus carceleros.
En momentos en que la oposición venezolana está sacudida por el fracaso electoral en las regionales, los polémicos intentos de diálogo con el gobierno, la implosión de la Mesa de la Unidad y las peleas internas, la presencia de un opositor del peso de Antonio Ledezma en el panorama mundial, reconocido y respetado por los más altos niveles de decisión, debería también contribuir con la reunificación de la oposición en Venezuela. Las brechas que se han abierto en las filas opositoras deben cerrarse pronto como única vía hacia acciones concretas que permitan un cambio de gobierno lo más pronto posible. El que Ledezma haya “dejado su bandera” en manos de María Corina Machado, aglutina a un sector que quiere una dirigencia transparente, una lucha más ideológica que electoral, perseguir de forma más directa la salida del chavismo del poder.
El más grande apoyo que tiene esta posición es la grave crisis humanitaria y económica que cada día aprieta más el cuello de los venezolanos pero también del gobierno, que no deja de inventar las más disparatadas distracciones ( como esa de la Misión Barrigonas Felices, en un país donde no hay preservativos, anticonceptivos y mucho menos la moral suficiente para la maternidad-paternidad responsables) y excusas ( como la machacada guerra económica que no se creen ni siquiera quienes comen de los CLAP); el grado de involución ha llegado a extremos tales que los candidatos a las alcaldías ya no prometen avenidas, colectores o mejoras de infraestructura o educación, sino que hacen campaña repartiendo bolsas de comida o llevando cisternas de agua a las sedientas comunidades.
La “africanización” de Venezuela pasa por un régimen autoritario que ha borrado las garantías constitucionales para sumir al país en la anarquía. No hay transporte, agua, luz, medicinas, alimentos. Nadie puede pagar lo que cuesta la ineptitud revolucionaria. Este terrible escenario nacional, con niños muriendo de hambre, enfermos muriendo sin medicinas, el horror transitando las vidas de los venezolanos minuto a minuto, ha saltado a la opinión pública mundial a través de la vocería de líderes opositores, de la fuerza de las protestas de calle, las vidas ofrendadas, los heridos y presos políticos. El escenario internacional se vuelca hacia Venezuela: el Consejo de Seguridad escuchó esta semana a voceros de la crisis; la OEA va por su séptima sesión recogiendo testimonios de víctimas del régimen; presidentes, ex presidentes, parlamentos, organizaciones se alinean en defensa de los DDHH en Venezuela; la Unión Europea se une a EEUU y a Canadá en sanciones contra funcionarios del gobierno. Esto y el gran escape de Ledezma hacia la libertad, debe llenar de esperanzas y espíritu unitario a quienes hoy estamos encerrados en esta cárcel arbitraria que se llama Venezuela.
@charitorojasp
Opinión
Rafael Irigoyen Crespo, Pipo, ¿Un personaje olvidado?

En 1958 las autoridades de la Universidad de Carabobo le pidieron al joven economista Rafael Irigoyen Crespo que asumiera la dirección de un nuevo proyecto: la Escuela de Administración Comercial y Contaduría Pública, adscrita provisionalmente a la Facultad de Derecho.
El 17 de noviembre del año pasado, mientras interpretábamos la misa rociera en honor a nuestra patrona, la Virgen del Socorro, en la majestuosa Catedral de Valencia, junto a mi grupo Los Amigos de Siempre, ocurrió un episodio que me dejó pensativa. Durante la celebración, Nina Lizarraga de Irigoyen, tía de una de nuestras integrantes y mi hermana de la vida, Moira Chalbaud Lizarraga, llegó con el rostro descompuesto. Siempre la había conocido como una mujer de semblante sereno y sonrisa amable, reflejo de una felicidad que irradiaba incluso en los momentos más difíciles, como la muerte de su hijo Antonio. Sin embargo, aquel día noté en su expresión una incomodidad que nunca antes había visto. A pesar de ello, no pronunció palabra alguna; simplemente nos saludó con su habitual cortesía y se sentó junto a su hermana Margarita, la madre de Moira, algo que me pareció normal en ese momento.
Más tarde supe que venía de un acto en el Colegio de Economistas, donde habían rendido honores post mortem a su esposo, Pipo Irigoyen. Al parecer, durante el homenaje se mencionaron algunas cosas con las que ella no estaba de acuerdo, lo que la llevó a retirarse discretamente. Dejó que su hija permaneciera en el evento para recibir la condecoración en su lugar, mientras ella optó por guardar silencio y alejarse. Pero, ¿qué habría pasado allí que le causó tanta molestia?
Resulta que se otorgó la orden “Luis Delgado Filardo” y a Pipo lo honraron post mortem, lo cual, en principio, no tenía nada de malo. Luis Delgado Filardo fue un colega y amigo de Pipo y de mi padre, una autoridad universitaria de excelente reputación, muy querido y recordado en Valencia. El detalle fue que durante el homenaje afirmaron que Luis fue “el gran propulsor de la Facultad de Ciencias Económicas y Sociales de la Universidad de Carabobo”, algo que no suena lógico, ya que Luis ingresó a la universidad en 1960, después de que Pipo trabajara el proyecto de la facultad. De hecho, Pipo fue designado como su primer decano y luego sugirió que Luis, su amigo, continuara en la dirección de la Escuela de Economía, ahora adscrita a la FACES.
Cuando en 1962 los Correa Feo nos mudamos a Valencia, una decisión motivada por la fundación de la Escuela de Educación, como he mencionado en otras ocasiones, tuve la oportunidad de conocer a Pipo. En aquel entonces, yo tenía apenas siete años. Mis padres y él eran amigos desde sus tiempos de estudiantes en la Universidad Central. Siempre contaban entre risas que, el día de su boda, Pipo se les acercó diciendo: “Ajá, no me invitaron y me coleé”. Mi madre, de inmediato, señaló con el dedo índice la mesa donde estaban sentados los padres de Pipo, demostrando que había sido invitado con ellos. Este reencuentro con Pipo Irigoyen, su amigo barquisimetano al que ambos conocían desde sus años juveniles en Caracas, fue una sorpresa muy agradable. Aquello marcó el reinicio de una bellísima relación que perduraría en el tiempo.
Pipo era economista. Se había graduado en la Universidad Central de Venezuela y en 1958 llegó a Valencia para contribuir con la construcción de la nueva Universidad de Carabobo, que había sido clausurada en 1904 por el dictador Cipriano Castro y permaneció cerrada durante cincuenta y cuatro años. El 21 de marzo de 1958, se creó la Universidad de Carabobo, con sede principal en Valencia, según el Decreto Nº 100. Para el cargo de rector fue nombrado el Dr. Luis Azcunes, y como vicerrector y secretario, el Dr. Luis Fernando Wadskier. También se designaron los decanos de las facultades que abrieron: Derecho, Ingeniería Industrial y Medicina, a cargo de los doctores Donato Pinto, Víctor Rotondaro y José Valero Lago, respectivamente. Ese mismo año, 1958, le pidieron al joven economista Rafael Irigoyen Crespo que asumiera la dirección de un nuevo proyecto: la Escuela de Administración Comercial y Contaduría Pública, adscrita provisionalmente a la Facultad de Derecho.
Se dice que durante esa época conoció a Nina Lizarraga, una de las bellísimas sobrinas del representante del Ministerio de Educación, el médico Jorge Lizarraga. Se casaron y formaron un hogar hermoso con seis hijos: Nina Isabel, Rafael Gerardo, Claudia, Rafael Hipólito, Rafael Antonio y Sergia.
En 1959, se designaron nuevas autoridades: rector, Dr. Humberto Giugni Maselli; vicerrector, Manuel García; y secretario, Emiro Puchi Albornoz. El nuevo Consejo Universitario designó una comisión integrada por economistas y pedagogos, entre los que se encontraban Rafael Irigoyen Crespo, Jorge Castro Cabrera, Jesús Berbín y Pedro José Mujica, cuya misión era estudiar y comprobar la necesidad técnica y social de crear la Escuela de Economía en la Universidad de Carabobo. Así, el 1 de julio de 1960, se decretó su creación, y fue entonces cuando Pipo llamó a su amigo, el valenciano Luis Delgado Filardo, también graduado en la Universidad Central un año después que él, para que se uniera al proyecto y asumiera la dirección de la Escuela de Economía, adscrita provisionalmente a la Facultad de Derecho.
Paralelamente, se planteó la importancia de crear una facultad especializada, y Pipo Irigoyen se propuso lograrlo. Tras aprobarse el excelente proyecto, Pipo Irigoyen fue designado decano de la nueva Facultad de Ciencias Económicas y Sociales y su amigo Luis Delgado Filardo, esposo de la primera Miss Venezuela valenciana, Gisela Bolaños, continuó como director de la Escuela de Economía, ahora adscrita a la nueva facultad.
Humberto Giugni le propuso a Pipo lanzar su candidatura como Secretario de la Universidad, pero este declinó, prefiriendo continuar en el decanato de la FACES. En su lugar, propuso a su amigo Luis Delgado Filardo, quien aceptó el cargo. Años más tarde, Luis llegó a ser vicerrector de la Universidad de Carabobo, mientras Pipo permaneció en su facultad, dos períodos consecutivos como decano y luego como asesor, siendo posteriormente director de la Oficina de Desarrollo Industrial, (ODIUC).
No quiero quitarle méritos a Luis Delgado Filardo, al contrario, lo que deseo es que Rafael Irigoyen Crespo no sea injustamente olvidado, como a veces siento que sucede con mi padre.
Pipo murió prematuramente el 9 de abril de 1987. Recuerdo claramente que, el último día de su novenario, mi madre, muy triste, me dijo: “La próxima soy yo”. Y tuvo razón. Un año más tarde, el 5 de abril de 1988, nos tocó despedir a mi madre, mi mejor amiga y su amiga de siempre.
La historia no solo se escribe con grandes gestas, sino también con el reconocimiento justo de quienes dedicaron su vida a construir instituciones y legados. Rafael Irigoyen Crespo merece ser recordado no solo como un pionero, sino como un hombre que, con su trabajo y dedicación, dejó una huella imborrable en la Universidad de Carabobo y en la vida de quienes lo conocieron.
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