Opinión
¿Qué podemos aprender de la sociedad de la nieve?
Por: Gabriel Capriles Fanianos.
Las experiencias difíciles llevan a cuestionarnos el sentido de la vida: su significado, su valor. Y la actitud que tomamos frente a ellas, como señala el psiquiatra Viktor Frankl, nos conduce a descubrir un significado más profundo de la realidad y de nuestra existencia. Esto fue justamente lo que vivieron los 16 sobrevivientes de los Andes, cuyo testimonio recoge Pablo Vierci en su libro La sociedad de la nieve y que recientemente el director español Juan Antonio Bayona ha llevado a la gran pantalla. Aquí les comparto algunas enseñanzas que nos transmite esta historia:
Espíritu de cooperación
Al caer el avión, luego de recuperarse de la caída, Marcelo -capitán del equipo de Rugby- comienza a organizar a la gente: unos atienden a los heridos, otros mueven los cadáveres, otros buscan y reúnen comida. Y en todo ello observamos un espíritu de cooperación que va a estar presente hasta el final de esta historia.
Llama la atención que en una situación tan difícil la solución no consistió en un “sálvese quien pueda”. En una época como la nuestra, invadida por el individualismo, la película nos recuerda: el hombre es un ser con los demás. Uno de los sobrevivientes, Javier Methol, dirá en su testimonio: “El resto de los chicos podría haberme desechado, abandonado a un costado. Porque ¿qué es lo que surge primero en una situación como ésa? Es el egoísmo, el sálvese quien pueda, yo me arreglo con mi grupo de afines y el resto que reviente, ¿No es la reacción usual en el nadador que se está ahogando y que hunde al que lo viene a rescatar? Pero en la montaña ocurrió exactamente lo contrario a lo que ocurre en la sociedad. ¿Y eso también fue casual?” (P. 204).
Espiritualidad
Cuando escasea o falta lo material, es más probable que la persona se encuentre con los recursos de su espíritu y con bienes inmateriales. En su testimonio Adolfo Strauch nos habla de un sexto sentido. Dice: “cuando vives en la ausencia total de elementos materiales, les permites espacio a otras sensaciones, a nuevos sentidos, que es lo que quiero rescatar cuando vengo a la montaña” (p. 144).
Se trata del despertar de una sensibilidad espiritual que nos permite estar atentos a grandes valores y que muchas veces nos pasan desapercibidos. Algo importante que sobrepasa lo material: “No tengo nada, estoy con hambre, tirito de frío, estoy solo, perdido, con la muerte pisándome los talones, y sin embargo puedo experimentar una felicidad diferente”. Allí arriba, señala Coche Inciarte, “encontré la paz que debería encontrar en la vida” (p. 11).
Sentido
La juventud de los sobrevivientes se manifestó en sus ganas de vivir pero, sobre todo, en su esfuerzo por encontrarle un sentido a todo el sufrimiento que estaban padeciendo. Señala Coche Inciarte: “Y hoy, cada vez que subo a la montaña me formulo las mismas preguntas, las que se afirman con los años, cuanto más viejo me pongo: «Cómo hicieron esos jovencitos para soportarlo? ¿Por qué lo lograron?». Y, fundamentalmente, «para qué lo hicieron»” (p. 67).
Ciertamente, cuesta comportarse como un ser humano cuando tienes que sobrevivir comiendo carne humana y congelándote del frío. Pero a pesar de esas dificultades, en esta historia los sobrevivientes dan lo mejor de sí. Luego del rescate la pregunta final de la película hace pensar en el valor y el significado de lo que han vivido juntos, pero también en la misión -personalísima- que cada uno tiene por delante. Bien lo dirá Nando: “Para mí, el verdadero milagro es que, al vivir tanto tiempo esquivando la muerte, rozándola siempre, aprendimos de la forma más poderosa lo que significa estar vivo”. (P. 401).
Superación
En su testimonio Carlitos Páez cuenta cómo esta experiencia fue “una catapulta de la que salí disparado para alcanzar otros horizontes, un gran salto desde la penumbra hasta la vida”. Él, siendo un joven mimado y no acostumbrado a enfrentarse a esa clase de sufrimientos, descubrió en la montaña que valía la pena luchar por una meta y ponerse un estilo de vida exigente. Dice de sí mismo: “el jovencito de antes comenzó a diluirse lentamente; cada día crecía un año, cada minuto un día. Como contrapartida debía trabajar, tenía tareas fijas que yo mismo había elegido” (p. 244). Para Tintín Vizintín, “esta es la fórmula que define los Andes, nunca hubo resignación”. (P. 332). Los sobrevivientes fueron combativos, emprendieron sobre todo una gran lucha interior, de no tumbarse, de no rendirse. Por eso señala Gustavo Zerbino que “lo único que nosotros tenemos para decir es que cada uno puede lograr lo mismo que nosotros si se propone remontar la cuesta y salir de su cordillera”. (P. 184).
Agradecimiento y Generosidad
La creación de una comunidad, la ayuda del uno al otro, iba despertando en los sobrevivientes una actitud de agradecimiento que conducía a la generosidad. Gustavo Zerbino, por ejemplo, fue acumulando los recuerdos de aquellos que se morían no porque se lo hubieran pedido sino porque a él le daba la gana. Allí, en sus palabras: “nadie pedía, todos daban”. (P. 177).
Daniel Fernández, también observa esta actitud de agradecimiento y de generosidad: “El grupo funcionó con tanta generosidad, con los afectos tan a flor de piel, que, si veías que uno se caía, indefectiblemente te aproximabas, te sentabas a su lado, y comenzabas a hablarle, para que, juntos, volvieran a recuperar la esperanza”. (p. 95).
Humildad
Una de las grandes lecciones que aprendió Moncho Sabella en la montaña fue la de la humildad: “¿Por qué me salvé? (…) porque aprendí desde el primer momento que nos salvábamos si manteníamos la humildad”. (P. 129). Allá arriba en la montaña nadie buscaba protagonismo. Al bajar a la civilización no comprenden por qué la gente habla de héroes, si allá arriba lo que había era un equipo: “en la sociedad de la nieve no había protagonismo”. Fue precisamente esto, la humildad, lo que Moncho va a denominar el núcleo de esta historia.
Heroísmo
Al bajar a la civilización la gente dice: “qué personas tan solidarias aquellos sobrevivientes de los Andes”. Sin embargo, Adolfo Strauch nos recuerda que todos tenemos dentro esa solidaridad. Señala que “en lo más hondo del corazón, si te van quitando elementos, llegas al corazón desnudo, donde el ser humano se entrega por el otro. Cuando la muerte golpea las chapas del fuselaje, las cosas banales se desvanecen, y personas comunes son capaces de gestos extraordinarios» (p. 112).
De esta solidaridad que se despertó allá en la montaña surgió lo que llamaron el héroe humilde, personajes como Numa y Enrique Platero. “Numa nos enseñó -dice Moncho Sabella- el heroísmo anónimo al entregar a los otros más de lo que se reservaba para sí mismo. En ese balance de solidaridad y egoísmo, que es lo que te permitía morir o vivir, él inclinaba la balanza a favor de los otros y en detrimento de sí mismo. (P. 136). En el momento en que muere Numa, como vemos en la película, los sobrevivientes ven que su mano sostiene un papel que dice: “no hay amor más grande que el que da la vida por sus amigos”.
Coherencia
En el libro Roy Harley señala que él sólo veía necesario dar testimonio de esta historia con su vida. Dice: “siento, sí, que el testimonio lo debemos dar con la vida diaria y con lo que hacemos con ella, en homenaje a lo que vivimos: nos tocó experimentar algo muy particular y creo que el mensaje lo tenemos que dar todos los días en forma permanente con lo que hacemos, no con lo que decimos” (p. 275). Y destaca que lo importante en este caso es la coherencia de vida: “los ingleses lo llaman Walk the talk. O el otro lema: si no vives como piensas, acabarás pensando como vives (…) walk the talk, haz lo que dices, es una buena pauta de conducta para gente que padeció lo que nosotros padecimos”. P. 276.
Finalmente, una emoción que nos transmite constantemente la película es la de la frustración, pues allá en la montaña los sobrevivientes se encuentran con «nada». Lo que genera una paradoja. En el mundo de hoy las personas tienen cubierto su “derecho de recibir”, y se sienten vacíos. Allá en la montaña los sobrevivientes se sintieron en el deber de dar, y se sintieron llenos. La película quizás plantea un cambio, quizás nos muestra un camino hacia una felicidad inesperada.
X: @gabcapriles
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Opinión
Walk the talk
Por: Gabriel Capriles Fanianos.
“Vive como piensas, o terminarás pensando como vives”
En algún momento de nuestra vida la inteligencia nos abre un horizonte de crecimiento personal. Nos hace ver que en lo real hay asuntos a los que vale la pena prestar atención para desentrañar su belleza, su bondad, su verdad. Sucede con la persona que se asombra ante la naturaleza, con el hombre que frente a su hijo se reconoce como padre, etc. A medida que conoce lo real se deja cautivar. Descubre su grandeza. Se convierte en su fiel defensor. Para una Sophie Scholl, por ejemplo, valdrá la pena dar la vida por la verdad. Para un Juan Pablo II valdrá la pena dar la vida por Cristo. Para el Principito valdrá la pena cuidar a su rosa. Es entonces cuando estos grandes personajes nos transmiten una experiencia: vivir como se piensa.
Roy Harley, uno de los sobrevivientes de los Andes, está convencido de esta pauta de conducta que los ingleses llaman Walk the talk. Dice: “siento, sí, que el testimonio lo debemos dar con la vida diaria y con lo que hacemos con ella, en homenaje a lo que vivimos: nos tocó experimentar algo muy particular y creo que el mensaje lo tenemos que dar todos los días de forma permanente con lo que hacemos, no con lo que decimos”.
A diferencia de lo que dice Roy, hoy sucede con frecuencia lo contrario. No se vive como se piensa, sino que la persona termina pensando como vive. En vez de profundizar en aquello que nos enamora, en vez de llegar a lo esencial, se invita a la mediocridad: al todo da igual. Sucede lo que dice Oscar Wilde: “en estos tiempos que corren, la gente sabe el precio de todo y el valor de nada”.
El relativismo, todo da igual, desperdiga la atención en miles de cosas que demandan nuestra atención, pero no nos invita a detenernos en lo importante. Nos sumerge en la tiranía de lo urgente, en la que el hombre no llega a la profundidad de nada, sino que se va adaptando a la superficie de todo. Se crean formas de vida estereotipadas. Y aquí es cuando decimos: “se llega a pensar como se vive”.
Ante esta superficialidad que conduce a una vida mínima, a una vida que no sabe dar todo de sí, ofrecemos un antídoto: detenernos de vez en cuando, profundizar en lo real, pensar. Esto nos ayudará a interesarnos por las cosas y a descubrir poco a poco su grandeza. Esa grandeza con la que llegaremos a tener conciencia de lo que las cosas valen y por la que las personas están dispuestas a arriesgarse, a emprender grandes recorridos, dejando un surco profundo en la historia de la humanidad.
X: @gabcapriles
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