Una taza llevó una pequeña de seis años a su colegio. Su esperanza era poder llenarla con el alimento que sirven en plantel donde recibe clases, pero ese día no hubo almuerzo y la tristeza la sobrepasó cuando abrazó a su maestra y comenzó a llorar. Le dijo «¡Tengo hambre!».

El plantel está ubicado en la parroquia Rafael Urdaneta de Valencia. La institución depende del Gobierno nacional a través del Ministerio de Educación, por esta razón cuentan con el Servicio de Alimentación Escolar (SAE)  pero este beneficio lo entregan con irregularidad.

Un grupo de padre y representantes relataron que después de refugiarla en sus brazos, la maestra caminó con ella a una de las aulas que aún no estaba ocupada por los estudiantes que  comenzaban a entonar el himno nacional bajo el sol radiante de las 12:30 del mediodía del pasado lunes.

Aunque afectada, la docente logró controlar su nudo en la garganta y conversó con su alumna. «¿No desayunaste?» Le preguntó, a lo que la niña respondió: «No, yo no como desde ayer en la noche. Mi mamá le dio granos a mi hermano y a mí».

No es la primera que la menor de edad llega a la escuela con el estómago vacío o con muy poco para comer. Ya ha ocurrido, pero está cansada y colapsó ese día. Luego de escucharla a la niña que cursa primer grado, la licenciada en educación inicial optó por reunir a sus alumnos y con la colaboración de ellos y de la maestra todos lograron reunir lo suficiente para entregarle un almuerzo muy variado.

Su hermano tiene 11 años, él también estudia en ese plantel. Aprovechó la situación para confesar al personal que allí labora lo siguiente: «Yo tenía que estudiar matemática, pero no me concentro porque lo que pienso es en el hambre que tengo».

La pérdida del poder adquisitivo de los venezolanos por el alto índice inflacionario ha sometido a la población de limitados recursos a sobrevivir con pocos alimentos desencadenado casos de desnutrición según recalcó recientemente el Consejo de Derechos Humanos de la ONU.

Ana Ramos/ACN

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