Opinión

El valor del encierro

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Por: Gabriel Capriles Fanianos.

“Todos los problemas de la humanidad parten de la incapacidad humana de sentarse calmado en una habitación”. Blaise Pascal

No es extraño que, en un mundo bastante revuelto, de pronto la persona encuentre silencio, encuentre soledad y se detenga a pensar. Es una oportunidad que a muchos se nos ha dado en alguna ocasión de encierro.

Desde principios de la pandemia -en ese entonces yo era tutor en un colegio de bachillerato- muchas familias me plantearon su preocupación por el encierro y por los efectos negativos que estaban viendo en sus hijos, y en ellos mismos. Nos hemos dado cuenta de que algo falta, pero no entendemos exactamente qué. Y ello nos lleva a creer que lo que buscamos fuera no podemos conseguirlo encerrados en casa.

Alfonso López Quintás define al hombre como un “ser de encuentro”, como un ser que libremente, en relación con otras personas y objetos, -abriéndose al otro, al mundo y a Dios-, es capaz de enriquecerse, de hacerse más humano. Sin embargo, la relación con los demás o con las cosas, puede ser de dominio, como la que tenemos con un simple objeto (nivel 1) –y aquí no aplica el encuentro-, o puede ser una relación de respeto, de encuentro (nivel 2).

Les pongo un ejemplo que utiliza López Quintás: una persona puede ver un piano y cerrarlo para apoyar un vaso encima de él (nivel 1), o una persona puede sentarse a tocar el piano e interpretar una gran pieza musical (nivel 2). En el primer caso vemos cómo el mundo se nos queda pequeño (todo sigue igual), y en el segundo, en cambio, el hombre es capaz de encontrarse con el piano en su máxima expresión: él saca lo mejor del piano, y el piano le permite sacar lo mejor de sus habilidades.

En la pandemia observamos cómo muchas personas no fueron capaces de pasar al nivel 2, pues –además del empujón y el ejemplo que quizás faltaba, carecían de buenos hábitos-. Su existencia no se ensanchaba por nada y el encierro los llevó a frustrarse espiritualmente. Cuando sucede esto, vemos con Viktor Frankl, no es que tenemos personas que están «descansando», es que tenemos «personas» que se hacen y se sienten cada vez más incapaces de alcanzar lo que ellos de verdad quieren dentro de sí (ser útiles, amar, ser queridos). Con esta frustración hemos visto el desarrollo de dos situaciones muy típicas actualmente, que pueden empeorar con el tiempo: el aburrimiento y la indiferencia.

La primera la conocemos muy bien. Y es que el hombre se cansa de ver cómo va a disfrutar más y mejor. Tenemos unos impulsos naturales, pero de tanto ocuparnos de ellos –que es la propuesta de Freud- el hombre termina sintiendo que no hace nada con su vida –planteamiento de Frankl-. Y, como si fuera poco, tenemos suficientes herramientas colectivas (redes sociales, pornografía, netflix, play) que nos terminan anestesiando y llevando a lo que considero la enfermedad de nuestro tiempo: la indiferencia.

Todos estos temas pueden verse mucho mejor explicados en la obra de Viktor Frankl, pero lo que nos interesa ahora es rescatar esa actitud de encuentro que abre la existencia, que permite que uno de verdad disfrute de lo mejor de la vida, que no se da tan sólo cuando salimos a la calle, sino cuando estamos en nuestra casa. Allí también es posible, encontrarse con los demás por medio de la convivencia, tomar un libro pensando en que alguien tiene algo importante que transmitirme, etc.

Lograr el verdadero encuentro en nuestra vida y en la de los más jóvenes implica: 1. hacer un esfuerzo, dedicarse, y restar valor al uso –mal uso- de la tecnología. Y 2. Vivir, con la ayuda indispensable de papá y mamá: “la generosidad, el respeto y la colaboración, la disponibilidad y la simpatía, la confianza y veracidad, el agradecimiento, la fidelidad y la paciencia, la sencillez, la cordialidad, el ejercicio de la imaginación y la participación conjunta en actividades relevantes” (1).

 X: @gabcapriles

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