Opinión

El rostro de la amargura

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El rostro de la amargura: Por  Cora Páez de Topel.-  Su mirada se veía apagada sin el brillo natural de los jóvenes de su edad: 10, 12, 14 años, mostraba el semblante adusto de una persona con cierto malestar, un rictus de amargura contraía sus labios mientras estaba a la entrada de un centro comercial, una panadería enfrente adonde le tenían prohibido entrar a pedir que le dieran algo para comer, que era lo que él quería,  porque había llegado allí sin haber desayunado y tenía necesidad de alimentarse.  Otros dos jóvenes rondaban también la entrada del centro comercial, muy cerca de él, no pedían  dinero, si acaso un pan o una empanada para calmar el hambre.

¿Por qué no están en la escuela en lugar de en este lugar?  Es la pregunta natural que   hacemos  quienes nos encontramos con estos muchachos apostados en las esquinas, al pié de los semáforos, o a las puertas de los establecimientos comerciales.  ¿Dónde están sus padres, sus madres, especialmente?  La interrogante queda sin respuesta ante tantas causas del desamparo infantil y juvenil: paternidad irresponsable, orfandad, pobreza extrema, indolencia familiar, falta de protección por parte del Estado.

Se torna sinvergüenzura cuando la madre, natural o sustituta, vaya usted a saber, está apostada en la acera de enfrente y ella es la que manda a los muchachos a pedir.  No sólo es la escasez o el alto costo de los alimentos lo que afecta a estos jóvenes, impidiéndoles ser felices a su corta edad, es también  no poder disfrutar de su propio espacio en sus casas para ver televisión, oir música, leer, estudiar, practicar algún deporte o salir a jugar con los amigos, puesto que viven en barrios marginales, agrupada toda la familia en viviendas precarias, en lugares poco seguros que no les ofrecen el bienestar de una vida agradable.

Es natural que las personas deben comer tres veces al día: desayuno, almuerzo y cena y que la alimentación debe ser balanceada en cuanto a las proteínas, los carbohidratos, las vitaminas y las calorías que contengan, favoreciendo de esa manera la buena salud y los nutrientes necesarios para el desarrollo del organismo.  Tener hambre  y no poder comer produce amargura, un malestar en el cuerpo y en el espíritu que no es solamente porque el estómago está vacío, sino por la sensación de no poder satisfacer una necesidad orgánica, de no poder darse el gusto de saborear algo que sabe bien.  Imaginamos la angustia de aquellas madres que no pueden alimentar bien a sus hijos o nietos, muchachos desnutridos, sin  energía para vivir a plenitud.

La ONG Ciudadanía Activa estima que actualmente en Venezuela unos diez millones de habitantes padecen desnutrición, agravando la situación la crisis del agua potable por el deterioro de los embalses y represas debidas a la falta de mantenimiento y de inversión por parte del Estado.  Por otra parte, muchos comedores escolares han cerrado por falta de presupuesto, otros por ineptitud oficial.  Es injusto que en un país con tantos recursos, de costas bañadas por el Mar Caribe, tierra fértil, buen clima, naturaleza tropical, bosques, llanuras, gente amable y tantas otras bondades esté pasando actualmente por tantas penurias, con una hiperinflación devoradora de los salarios, sin efectivo y que el Gobierno como respuesta presente una reconversión monetaria por tercera vez desde que asumieron el poder  en el siglo XXI,  con el Bolívar Soberano como moneda davaluada, la crisis del combustible y la represión militarizada.  ¿Tendrán que seguir sufriendo nuestros jóvenes tantas penurias?  ¿Qué futuro les espera de continuar  esta situación de penuria, hambre y escasez?

Valencia, 14 de Agosto del 2018.

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