Hombre & Mujer
Daniel un sicario adolescente (Cuento)
Daniel, un sicario adolescente: Por Francisco Mayorga.- Daniel tiene ocho años, es más bien pequeño para su edad, de pelo catire rebelde que se contradice con su mirada, clara y dulce como la miel de las aricas, pero abrasiva como un tizón de candela. Cuando fue capturado en uno de los cinco pueblos del Valle, en Cartago, después de matar por primera vez, le contó a un juez de menores que “fue por un juguete que me quería tumbar otro pelao y yo no me dejé”.
Los otros cuatro pueblos que junto a Cartago conforman un pentagrama en el Valle son Roldenillo, Zarzal, La Unión y el Dovio. En esta geografía están ubicados clandestinamente, por supuesto, las escuelas del sicariato. Un jarabe explosivo de narcotráfico, paramilitares y bandas de delincuentes conviven en la región produciendo niveles de violencia muy altos, aún para los estándares de Colombia.
Treinta muertos tenía Daniel en su haber a los dieciséis años cumplidos. A todos los mató con un cuchillo, no usar balas era su estilo de trabajo, del cual se enorgullecía en la tertulia de la perversidad del norte del Valle.
“Siempre los hería en el pulmón, los veía a los ojos cuando estaban muriendo y ahí me sentía poderoso como si fuera Dios”, quedó trascrito en su expediente.
Este sicario graduado fue asesinado tres horas después de haber salido libre del Centro de Menores Infractores, pero su testimonio es un reflejo perfecto de la guerra sistemática y brutal que vive esta región colombiana, alimentada con la carne de cañón de muchachos humildes de los barrios.
La mayoría de los asesinatos son cometidos por niños y jóvenes colombianos que cambiaron los salones de clases por campos de entrenamiento de pistoleros de los narcos, sobre todo después de la crisis cafetera que arrancó en 1999, según establecieron las autoridades de Cartago.
Escuelas de sicarios se han detectado en las áreas rurales de Ansermanuevo y El Cairo en Valle, y La Virginia, en Risaralda. Daniel llegó a una de ellas a través de un compañero de colegio. Para conseguir el permiso en su casa le dijo a su mamá que lo habían contratado en una finca mientras duraba la cosecha.
La graduación como sicario exigía asesinar a una persona cualquiera, pero “empezamos matando perros en las fincas y asi nos iban examinando” contó Daniel en su testimonio. “La condición para matar era que implicara algún grado de riesgo y exposición”.
A Daniel le asignaron a un hombre al que siguió durante cuatro días y a quien mató en el parque principal. Luego tuvo que asistir al entierro para constatar que nadie lo había visto cometiendo el crimen. Cumplidos estos trámites, el niño ya era un sicario profesional.
Sólo siete años y treinta muertos duró Daniel en el oficio. Un grupo de hombres armados llegó a su casa de Medellín una húmeda tarde en agosto del 2003. Lo acribillaron enfrente de su mamá, de nada sirvió que la sufrida mujer se arrodillara ante los verdugos y les suplicara por su hijo. “Mamá, no pida más, le dijo el propio Daniel, aquí no hay nada que hacer”.
El destino, inexorable, se cumple, y los niños sicarios lo conocen. “Duran uno o dos años como guardaespaldas de los narcos, reveló un defensor de menores de Cali, allí les pagan entre mil quinientos y dos mil dólares mensuales, ero después los mismos jefes los manan a matar para guardar sus secretos”.
Muchos niños en Colombia siguen el camino de la violencia. Indicios y comparaciones revelan que muchos niños y adolescentes en Venezuela están imitando, inducido o seducidos por narcos, a sus vecinos. Los entrenan, los usan y luego les quitan la vida.
…y la Ley perpleja e impotente para guardarnos.
FM/ mayorga.f@gmail.com – @mayo16
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